Comencé tratando de salir del shock inicial, preguntando por
teléfono en un grito gutural
“…que pasó QUÉ COSA?”.
….sacás el pasaje, te preparás para embarcar y ves impotente
como cancelan el vuelo a último momento. Así que te trepás sobre un mar de
gente enojada y apelotonada para pedir a llanto vivo que te metieran aunque sea
en la bodega del siguiente avión, pero que te dejaran volar YA.
…te metés finalmente
en una “cápsula de aislación” durante las dos eternas horas que tardás en ir de
Bariloche a Buenos Aires para finalmente llegar al sanatorio y verla a Ella
repleta de caños entrar y salir de su boca, de su cráneo, de los brazos y del
cuello. 6 entradas/salidas en total.
…la ves totalmente
inmóvil, desconectada del mundo, rodeada de caras extrañas, largas y sombrías,
de desconocidos que de repente te obligan a salir de la habitación y te
despegan de ella y uno que obedece casi como una oveja, sin saber exactamente
porqué se está tan dócil.
Los ruidos a máquinas dan indicadores sonoros
constantemente, se escuchan voces llenas de tecnicismos, partes médicos huecos
y devastadores porque no incluyen las palabras “está todo bien y en cualquier
momento se despierta y se puede ir con vos a casa”.
Aparecen los miedos…el miedo a las infecciones
intrahospitalarias, el miedo al colapso de un órgano que patalee caprichoso
porque ya no quiere seguir filtrando y metabolizando sin parar ninguna de las 8
drogas violentas que le están metiendo en la sangre. El miedo a tocarla y
accidentalmente desconectarle un cable, una sonda, una vía; el miedo a
contagiarle un bicho que escapó al exhaustivo lavado de manos y antebrazos o que
sale impune en una tos inesperada.
Ella se volvió frágil como una burbuja. Ella, de un momento
al otro, se convirtió en un “signo de pregunta dentro de una caja negra
sellada”. Y todo esto porque, sin aviso y sin posibilidad de elegir otro
resultado, a la sangre de la arteria basilar se le ocurrió finalmente rasgar a
pura presión la fina pared del aneurisma que tan meticulosa y silenciosamente
se fue formando con los años y salir de su medio natural a conquistar, cual
vikingo enardecido, esas zonas prohibidas que son el espacio subaracnoideo, los
ventrículos, el acueducto de Silvio y la superficie de la delicada y vulnerable
corteza cerebral. La sangre no tiene nada que hacer ahí, nada, sin embargo ahí
estaba, quemando todo con ese oxígeno arterial tan letal y tapando el desague
que sólo está diseñado para el límpido líquido cefalorraquídeo, haciendo subir
la presión del cráneo hasta la hidrocefalia y comprimiendo el cerebro hacia su
destrucción, sin piedad alguna.
Y todo esto fue sólo el día #1.
….les puse nombre y todo: los “cuatro jinetes”. La Muerte,
el Re-sangrado, la Presión Intracraneal y el Vasoespasmo. Los médicos tenían
que combatirlos a ciegas y casi sin herramientas, ya que hasta para los médicos
más especializados el cerebro continúa siendo hoy, en su mayoría, un enigma a
todo nivel. A partir de la noche del día #1, cada día se volvió una dimensión
temporal diferente, donde los días ahora parecían durar unos pocos minutos en
vez de 24 horas.
…la rutina diaria y seca de ir y volver del sanatorio
caminando por las calles porteñas como un zombie; bañarse, comer algo, no
dormir casi nada y volver a sentarse en la bien llamada sala de espera
a....esperar. Una rutina de “mantenimiento”, donde uno simplemente transcurre
mientras lucha internamente para descartar nefastas e invasoras imágenes
mentales de secuelas terroríficas que iban a transformarla a Ella en un
estropajo de carne incapaz de comunicarse con el mundo y de llevar una vida
llena de belleza y felicidad.
….decidí que había que hacer algo; el “Trabajo Nocturno”:
primero que nada había que “precalentar”, lo cual consistía en sobreponerse
como sea a las siguientes abrumadoras sensaciones: ansiedad, tristeza,
impotencia, desolación, desesperación, bronca, cansancio. Una vez alcanzado
algo parecido a un estado “sin ruidos” en la mente, había que visualizar el
cuerpo y el cerebro de Ella como si fuera una especie de radiografía: un
esquema hueco de su cuerpo donde sólo se apreciara el sistema nervioso central
flotando dentro del mismo. Una vez lograda esa imagen mental, ahí comenzaba el
arduo trabajo de crear de la nada, darle cuerpo y color, consistencia y
energía, a la “Luz Verde”. Hacerla salir de mi cuerpo hacia el de Ella,
entrando a través de su mano entrelazada con la mía fuertemente y dirigiéndose
al lugar donde radicaba todo el riesgo, todo el problema, todo el caos: su
arteria basilar, el cerebelo, el tronco encefálico, el polígono de Willis y el
flujo sanguíneo general de todo su cerebro. Crear la imagen mental de una ola
verde invadiendo y cubriendo cada zona, metiéndose en cada circunvolución
cerebral, limpiando y curando cada neurona agonizante a medida que pasaba y
liberando el camino para que ese oxígeno, tan mortal fuera de las arterias y
tan benigno dentro de ellas, inundara las neuronas para que pudieran seguir
haciendo su trabajo de darle movimiento, autonomía, conciencia y personalidad a
Ella. Ver esa luz verde arremolinarse alrededor de su tronco encefálico,
principal víctima del maldito e inútil vasoespasmo que le piqueteaba la llegada
de ese insumo tan vital de la sangre arterial …curando, sanando, arreglando.
Ese trabajo duraba hasta que me agotaba y caía rendido en el
sillón del rincón de la habitación o hasta que una alarma o un enfermero me
sacaba intempestivamente del trance. Ahí, fuera del trance, invadía la
sensación de que por cada minuto que yo no hacía ese trabajo, una neurona no
estaba recibiendo esa caricia verde curativa y por ello me iba a arrepentir
después de no haberme puesto nuevamente a trabajar. La culpa!! Volvé, dale,
seguí con eso que estabas haciendo, Hernán, dale.
Arreglar, Curar, Sanar. Ese mantra se repetía en mi cabeza y
en mis labios mientras el flujo verde de luz curadora ahogaba el cerebro completo
en un elixir sagrado y perfecto. Al mismo tiempo, mientras la energía verde
curaba y reparaba, había que simultánemente mantener el flujo sanguíneo
bombeando sin parar, claro. Había que obligar a ese “circuito de reserva” del
polígono de Willis a trabajar a destajo para cubrir el volumen de sangre que el
vasoespasmo cortaba desde atrás, bombeando más sangre desde las carótidas y
cubriendo así el terreno desolado de la parte occipital. Había que “ver” a las
arterias latiendo llenas de sangre salvadora, llegando a cada rincón del
cerebro, sin piquetes, sin barreras; la cosa era verlas hincharse y latir,
gordas, rechonchas, llenas de ese líquido rojo carmesí llegando a todas partes,
manteniendo a Ella viva detrás de ese manto de Nada que era el coma farmacológico.
Obligar a la colapsada arteria basilar a dejar pasar más sangre, a aflojar con
la contracción, a decirle “flaca, cortala de una vez que el neurocirujano ya
cerró el aneurisma y no necesitamos que vos hagas todo este reflejo estúpido”.
Este trabajo de la imaginación había que hacerlo todas las
noches, sin tregua, hasta que los cuatro malditos jinetes se fueran
desvaneciendo con el correr de los días, hasta ese mítico “día #21” donde la
estadística decía que todos los riesgos adoptarían un valor cercano al cero asintótico y pudieran apagarse de una buena vez las bombas automáticas del
Midazolam, el Propofol y el Fentanilo para darle lugar al “despertar”….
….el Despertar. Correr el velo farmacológico y ver la
(posible) realidad que estuvo oculta durante 22 días: estaba Ella en coma detrás
del coma farmacológico? Y las Secuelas. Respirar, tragar, ver, mover, hablar,
entender, recordar. Ver cada una de esas acciones aparecer tímidamente una por
una, o no. O no verlas aparecer para nada. Esa dualidad…Sí o No. Vida o Muerte.
Capacidad o Discapacidad.
- Abre los párpados?
- Sí, los abre, pero los ojos están completamente en blanco, tirados hacia
atrás, inmóviles, como si estuvieran mirando hacia la parte de la cabeza donde
ocurrió todo.
- Sonríe?
- Sí, pero es una mueca inexpresiva, los extremos de los labios se mueven hacia
arriba y nada más. No hay otra parte o músculo de la cara que se mueva.
- Entiende?
- Y sí, eso parece, hace esa mueca de sonrisa inmediatamente después de que le
digo “hola mi amor”.
- Ve?
- No se sabe, no hasta que baje los ojos….si es que los baja!!
- Respira?
- No sabemos, por ahora hay que dejar que el respirador siga haciéndolo por
ella.
- Habla?
- Imposible, todavía está intubada y además se viene la traqueostomía, así que
no sabemos.
- Recuerda?
- Tal vez, no hay forma de confirmarlo sin el output de sus expresiones o voz.
Así entonces, ya a partir del día #23 comenzó a transcurrir
el lentísimo camino del descubrimiento diario, del descubrimiento estresante de
que por favor! aparezcan nuevos movimientos, nuevas señales, nuevos despertares
a medida que las drogas se iban yendo del cuerpo. Cada señal había que
confirmarla con los médicos, no vaya a ser que fuera sólo un reflejo autónomo y
no una falta-de-secuela. Así que cada novedad positiva, por más que fuera algo
tan simple como “los ojos bajaron unos milímetros y ya se ven aparecer las
pupilas, que además se contraen ante la luz” se festejaba como si uno se
hubiera ganado un Loto millonario…
Finalmente en el día #49 le dieron el alta. Se fue del
sanatorio caminando, hablando, respirando, viendo, tragando, entendiendo,
recordando. Su embriagante sonrisa seguía ahí, divina, irresistible. Se fue
transformada en un milagro, como dicen todos, incluso los médicos.
…pero no para mí. Para mí el milagro comenzó el día en que
la conocí.